Un lugar para parejas sin prejuicios
Cuando entre mi mujer, Sole, y yo decidimos llevar a cabo el proyecto en el que ahora nos encontramos inmersos, ni siquiera estábamos casados, ni en realidad pensábamos hacerlo. Nuestra intención era irnos a vivir juntos, a poder ser a otra ciudad lejos de las familias de ambos para que nadie pudiera meterse en nuestras vidas ni tomar decisiones por nosotros; luego las cosas cambian y, precisamente a causa de estos familiares, acabamos celebrando una tradicional boda por todo lo alto, y ambos nos prometimos que sería la última vez que haríamos algo que no quisiéramos sólo por hacer felices a los demás.
Muchas veces, pensando en el futuro, nos habíamos visto a nosotros mismos dirigiendo un hotel rural; no éramos muy ambiciosos, nos gustaba la idea de un lugar pequeño, a poder ser en la sierra, que fuera un rincón cálido y acogedor, de esos de los que nunca quieres irte y a menudo piensas en regresar. Sole había estudiado hostelería, y yo llevaba media vida sirviendo copas en el bar de mi padre y luego en los garitos de otros colegas, además de ayudarlos con la administración y la contabilidad. Vamos, que estábamos más que preparados para que un negocio de esas características nos saliera bien, al menos para vivir cómodamente aunque no nos hiciéramos ricos. Pero es que, además, lo que teníamos en mente era un poco más original.
Siempre hablamos de tener un hotel especial, lo que nos gustaba llamar «un hotel para parejas«. ¿Cuál era nuestra idea? Pues bien, con lo difícil que lo habíamos tenido nosotros para encontrar un poco de intimidad, y sabiendo lo complicado que es para las parejas encontrar un lugar que realmente cumpliera con sus expectativas románticas, y sobre todo sexuales, soñábamos con montar un lugar así: un hotel apartado, tranquilo, con habitaciones dobles pensadas especialmente para dos… Y, ya que estábamos, y para dar rienda suelta a los instintos más bajos, que también los hay, quizá algunos objetos de temática BDSM, o tirando al sexo extremo. Nuestras fantasías no parecían tener fin.
Ponerlo en práctica, no fue tan fácil como imaginarlo, por supuesto; de hecho, aún estamos con el proyecto, pues todavía no ha quedado tal y como lo habíamos imaginado, pero bueno, tiempo al tiempo. Ya hemos empezado a ver cómo daba sus frutos, pero lo mejor es la cantidad de historias que ya podemos contar. Así que, desde el anonimato, ¿os gustaría conocer algunas de ellas? Quién sabe, quizá también así os animéis a visitarnos.